Ya tienes casi cuatro años.
Anoche, cuando te acompañé a tu camita a dormir, me confesaste que tenías miedo, que no me fuese durante un rato, porque tenías miedo del rey que no tiene barba.
Aun son pocos los días habidos desde la mágica noche en que todo es magia, nervios e ilusión, y es por eso, aunque tú no puedes saberlo, que tu pequeña cabeza de niña retiene todavía la imagen de unos reyes magos que volverán el año próximo.
Yo te di mi mano, que aferraste a la tuya con fuerza, mientras tus ojos ya cerrados revelaban que el miedo estaba vencido, porque papá estaba allí contigo.
Durante unos pocos minutos mi mano entre las tuyas, tan cerca de tu respiración, se convirtió en nuestro universo.
No puedes leer esto, ni siquiera adivinarlo, pero anoche tu perfil, perfecto de niña preciosa, sobre tu almohada, se grabó para siempre en mi mente, para conservarlo cuando ya sea un anhelo que no se repetirá más.
Un universo en el que sólo estábamos tú y yo...,
mientras tus miedos de niña huían por la ventana cerrada.