domingo, 21 de diciembre de 2008

DE FRIO Y DE FUTBOL

Me confieso no futbolero,

aunque a veces he pensado que no habría estado mal tener este deporte como un motivo más para apasionarme, cada domingo.

Empleo el verbo en pasado porque creo que la afición por el fútbol (o cualquier otro deporte), debe fraguarse a edad temprana, en el colegio, y ese no fue mi caso.

Recuerdo que al coleccionar los cromos de la Liga, cada año, a mi me faltaban el 57 o el 86, mientras que a mis amigos, más futboleros, les faltaban Juanito o Santamaría.

Y es que hoy hace un frio que duele en la cara, y además el Racing juega en casa, lo que significa que veinte mil personas tienen una cita obligada con el campo, en vivo.

Ya dije que no soy futbolero, pero me interesa, y mucho, el fenómeno social del futbol.

Hace ya tiempo escribí una reflexión (supongo que siga a tiro de clik de ratón en el link de la derecha) sobre la relación de padres e hijos cada domingo, cuando ambos son futboleros.

Hoy he tomado un café caliente, cerca del campo, cuando faltaba apenas media hora para el comienzo del partido. Pasaba por ahí..

Resulta que la cafetería estaba a tope, con gente "cargando pilas de calor" antes de plantarse en el campo.

Y yo, en la barra, saboreando mi café, y con los ojos y oidos puestos en la pareja a mi lado:

dos hombres de unos setenta años, con cara de buenas personas, uno de ellos había entrado un minuto antes, y ya me había fijado en él porque traía una boina del Rácing, de las que apenas se ven, toda verde, con su escudo bordado y su rabillo de boina.

El otro llegó después, con su nieto, un chico de unos nueve años (afino en la edad porque algo de eso sé) ambos con las correspondientes bufandas blanquiverdes.

Se saludaron como el que se vio hace escasos días (probablemente sufrieron juntos la eliminación europea el pasado jueves). La novedad hoy la protagonizaba el chaval, el nieto de uno de ellos. Era la primera vez que su abuelo le traía al futbol, aunque el muchacho le confesó al amigo de su abuelo que lo suyo era el baloncesto.

Yo, mientras tomaba mi café, no perdía dato de la escena, y sonreía por dentro.

Mi mirada pasaba de un amigo al otro, como si se tratase de un partido de tenis. Vi complicidad en sus bromas, en sus miradas, en cómo uno bromeaba con el jovenzuelo, mientras el abuelo asentía orgulloso.

Pensé yo que seguramente llevaban decenas de años quedando para ver juntos a su Racing del alma.

Pensé que en ese momento la Amistad llenaba esa parte del bar en la que estaban ambos.

Una amistad que, muy probablemente, había atravesado por días de inmensa alegría, y días tediosos, aburridos, de mal futbol, de lluvia y de frio.

Como hoy, que hacía un frio que dolía en la cara.....

Pusieron, los tres, rumbo al campo, y yo los vi alejarse.

El futbol, pensé, es lo que tiene,
que puede forjar y alimentar amistades difíciles de describir,
y altamente envidiables.

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